la vie en rose
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la vie en rose

Por Maria Molina

Rosa, sumi-e y contemporánea, un pentagrama de paisajes. Bucólica y sinfónica: así es Daniela Ramsfelder en el país de las maravillas. Y así se expresa en la muestra La Vie en Rose, en su atelier en San Javier, Valle de Traslasierra. Esparciendo pinceladas tangibles y audiovisuales, la artista abre las puertas de “este universo para soñar despierto”, en el que presenta sus obras más recientes.

 

 

“La Vie en Rose es la exhibición en la que me permití explorar casi todos los canales creativos, animándome a exhibir lo que durante mucho tiempo fue un sueño y hoy pude hacer realidad”, cuenta. Creadora de experiencias, convirtió su espacio de trabajo en un lugar donde conviven la pintura, el baile, la música y la performance tanto en el plano físico como en el digital.

 

 

Como todo mundo que se precie de mágico, a su atelier-galería se llega por un portal premonitorio de una muestra articulada alrededor de dos ejes: el tangible y el virtual. Invita a sumergirse de manera integral en el site specific art. El primer encuentro con su obra es profético, la entrada vidriada es una suerte de pecera que evoca espacios posibles de realidad aumentada y escenas que se escapan de este plano hacia otros más sensoriales e interactivos.

 

¿Qué huellas hay que seguir para descubrir LVER?

Las de La Pantera Rosa que está sentada en la vidriera con pintura desparramada. Sus pisadas marcadas en rosado invitan a explorar mi espacio de trabajo, que se extiende hasta afuera para poder sumergirse en él desde el principio. La puesta en escena continúa con una mesa de cumpleaños vestida de rosa repleta de dulces para que adultos y niños se conecten con lo sensorial y la fantasía.

 

¿Cuál es el destino de este viaje permeable a la emoción?

 En este recorrido por paisajes abstractos y oníricos, el espectador está invitado a sumergirse en la calma, visualizar la naturaleza y las repeticiones de las tramas. Tiempo atrás comencé a sentir que mi canal expresivo requería ir más allá de la pintura. Una necesidad orgánica de investigar otros campos que estaban creciendo dentro mío. Y se convirtieron en La Vie en Rose.

 

¿Se transformó en una creadora de otros mundos?

 Si bien LVER es una forma de escapismo de los momentos de tristeza y al atelier mi santuario para sanar casi todos los males emocionales, no fue necesario crear otro mundo. Bailar y explorar mis canales creativos desde la danza me hace feliz. Creo que la vida es todos los colores y hay que recordar que cuando se está “en negro” siempre se puede volver al rosa.

 

¿Su obra tiene que ver con la unión de dos mundos, el de la tela y el papel y el audiovisual?

 Sí y más precisamente el video animado.  Siempre estuvo presente la intención de sumar un clip que relatara un día dentro de mis pinturas. Es algo afín al concepto de LVER por tratarse de un guion con aquellas sensaciones que quiero transmitir y que desde la pintura bidimensional no es posible. Se trata de un corto que me permite recorrer un arroyo, bailar con un pez, moverme bajo una tormenta de lluvia y nieve. Y al final, dejar que un globo rosa que me lleve a volar por el cielo para vislumbrar un pincel que me hace bajar a tierra.

 

¿En la tierra descubre los paisajes?

 Todo empezó cuando una de mis maestras, la artista Adriana Ablin, me sugirió hacer el ejercicio de copia diez paisajes de Van Gogh. Hasta ese momento buscaba la forma y la síntesis. No disfrutaba el hecho de copiar, pero hoy reconozco que fue necesario contar con esas herramientas para salir de una crisis pictórica. Desde ese momento descubrí el amor por el paisaje.

 

También estudió con Mercedes Matter, una pintora que se caracterizaba por los trazos con carácter, ¿Tomó algo de su estilo?

 Fui su alumna en el New York Studio School of Drawing, Painting and Sculpture. Esos años marcaron mi forma de vivir y sentir el arte. Resultó trascendental para comprender el lenguaje de la pintura del paisaje con una mirada “cezannista». Si bien primero resultaron cargados, caóticos y abrumadores, propios de la vida urbana, en Traslasierra comenzó la limpieza del color, el estudio de las monocromías, la naturaleza y la influencia del arte oriental. Investigué patrones que remiten a una vegetación posible, no necesariamente real.

 

¿El rosa predominante en sus obras recrea parte de esos escenarios utópicos?

 Ese color es parte de mi vida cotidiana. Está presente en los objetos y también en los atardeceres otoñales en la sierra, en los cielos por la tarde. Es un estado de felicidad.

 

¿La música también forma parte de esa intención?

 Sí, muestra mi costado performático y la forma de jugar en ese universo imaginario. Es el arte que más me eleva. Una de las obras es un extracto del video animado llevada a un holograma musicalizado. Las piezas digitales están unidas por la música y el baile y se escuchan cada una con auriculares por igual. Vivir por un rato en ese mundo real y animado es parte de la muestra.

 

¿Cómo se llamaría su obra si fuera un cuento? 

 “Camino a Pinkland”.

 

 

 

 

IG: @danielaramsfelderatelier

Web: https://danielaramsfelder.com/