Maternidad
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Maternidad

 

Por Lorena Lacoste

 

Las mujeres atraviesan una buena temporada de osadía, y el pronóstico dice que llegó para quedarse. Con la aprobación de la ley que establece que la mujer es, finalmente, dueña y poseedora de su cuerpo, la maternidad pasa a jugar en las ligas mayores y es manager de su propio destino. Por qué sí y por qué no. Seis mujeres nos definen qué es para ellas parir un hijo.

 

Al concepto de maternidad, en mayor o menor medida, todos lo tenemos afianzado, pero, ¿qué alianza ocurre entre deseo, búsqueda y concreción? Y esta tríada en cuestión, ¿cuántas aristas encierra? Se lo preguntamos a ellas que sin tapujos nos responden y abren la puerta para salir a jugar. A ese, al terreno de las flores, al torrencial, inhóspito también y revelador siempre, donde números vintage muestran una vez más que las féminas siguen siendo sostenedoras imprescindibles.

Los últimos datos oficiales datan del año 2018 y hablan de 685.394 nacimientos (nacidos vivos) según las Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud de la República Argentina. La tasa de natalidad (número de nacimientos por cada mil habitantes en un año) fue de 17,02 ‰ y el índice de fecundidad (número medio de hijos por mujer) de 2,26.

Esta cifra asegura que la pirámide poblacional del país se mantenga estable ya que para ello es necesario que cada mujer tenga en promedio al menos 2,1 hijos. No obstante, la radiografía demográfica nos dice que la curva «de la necesidad» se ha reducido levemente los últimos años.

¿Pudo la autonomía femenina iniciar un camino revolucionario iniciado desde su útero hasta llegar a las calles?

 

De dónde venimos

Pasó mucha agua bajo el puente desde la época de nuestras abuelas que parían hijos a demanda hasta llegar a la actualidad donde hay mujeres que deciden no ser madres. La reciente ley promulgada y puesta en práctica de manera casi inmediata en nuestro país, establece que la mujer tendrá el derecho de decidir y acceder a la interrupción del embarazo hasta la semana catorce (14) inclusive. Punto. Ni favores ni perdones. Y aunque es una enorme victoria para el género, representa solo un eslabón en la infinita cadena que tira de la roldana social y que en insustituibles roles, o que hasta ahora lo han sido, es sostenida por la mujer.

 

La activista por los derechos de la mujer, Silvia Federici, analiza en sus trabajos el capitalismo y el trabajo asalariado y reproductivo desde una perspectiva de género y denuncia que el cuerpo de la mujer es la última frontera del capitalismo. La también escritora y profesora rechaza la manipulación institucional del feminismo domesticado que busca integrar a la mujer en proyectos de desarrollo capitalista y expresa que «cada vez más se define a la mujer como un contenedor y toda su vida acaba siendo reglada por el bienestar del feto». En contrapartida, asegura que ésta apuesta por un cambio mucho más profundo, un cambio social donde lleve a dimensionar el tiempo y energía que implica el trabajo reproductivo.

 

Entre tanto debate y tironeo ideológico rara vez se cuentan de primera mano las otras historias: las de búsqueda, de arrepentimiento, las inspiradoras, cotidianas, las de incertidumbre, de postergación.

Relatos en primera persona.

 

Maternidad parental

Los vestidos de niñas correteando por el patio se tejen para Cristina A. (78) de recuerdos. Recuerdos que no existieron. Jubilada, ex empleada administrativa y profesora de piano, no se imaginaba una vida sin hijos, y era lo que más deseaba. Con el paso de los años se resignó, «uno se acostumbra a todo», dice. Mientras impartía clases de catequesis en barrios carenciados fue destinando ese cariño maternal hacia otras caritas, criaturas ajenas. «El problema de no tener hijos es saber que, además, nunca tendrás nietos, entonces el dolor es aún mayor. Toda una descendencia trunca», sentencia.

La responsabilidad de cuidar a sus padres recayó en ella por ser la menor de tres hermanas y fue desplazando sus intereses por las necesidades parentales. Las oportunidades de formar su propia familia tampoco abundaron y se casó después de los cuarenta. Lograr un embarazo fue imposible y los métodos de entonces eran incomparables con los de ahora; con su esposo pensaron en la adopción pero Cristina nunca logró entusiasmarse. Ella quería un hijo natural, de sus entrañas. «La maternidad para mí fueron mis padres» asegura con cierto dejo de nostalgia.  Y en ese viaje verbal del pasado al presente en que va recopilando sensaciones de una vida que no fue y que acarició desde lejos, asegura, «esa falta va a doler siempre, me va acompañar hasta el final, no se va a ir».

 

Maternidad esquiva

Las palabras perseverancia, paciencia y fe, le caben bien a Valeria P. (37). Entre sus ocupaciones de empleo administrativo, ama de casa y hobbies, viene transitando desde hace años los pasillos de distintas clínicas y hospitales para lograr con un tratamiento lo que no consigue de manera natural. «No estoy preparada para renunciar» afirma convencida. «Si otras pudieron por qué yo no», y esa duda parece empujarla, renovar el aire para la siguiente apuesta.  El desgaste psicológico es inevitable y se batalla continuamente con el tironeo de ceder o persistir, cuenta. La constancia se va construyendo en el camino, con cada test negativo, con cada nuevo intento, se necesita de una gran fuerza emocional y acompañamiento de la pareja para no desarmarse en la búsqueda. «Hay que estar muy convencida de lo que estás haciendo» comenta.  Se requiere mucho tiempo, dinero, exponer el cuerpo a diversos procedimientos. Los momentos de frustración y rabia se viven en completa soledad. Las alteraciones en el ánimo son constantes y nadie puede comprender lo que se siente, solo otra mujer en la misma situación.

La adopción no es una alternativa para Valeria, «el niño adoptado ya tiene una identidad, una historia, un proceso más complejo de aceptación. Antes de pensar en esa opción debe haber un duelo, una aceptación de la mujer y la pareja en que lo natural no podrá ser». Asimismo reconoce que engendrar no te constituye como madre si no das al niño una vida digna de ser vivida. «La ilusión es el motor, si tu mente dice puedo, tu cuerpo lo entenderá. Creo en la recompensa final» cierra emocionada.

 

Maternidad iluminada

A Noelia P. (28) no le alcanzan las manos. Entre su profesión de fotógrafa, Community Manager, un trabajo full time para una compañía telefónica, una hija de 5 años y una pequeña de dos meses, el tiempo literalmente se le escurre entre los dedos.

Sin embargo, rememorando su historia de vida para esta entrevista, encuentra el camino de migas que la llevan hasta sus 22 años cuando ser mamá ya era su mayor sueño y apuntaba rigurosamente su ciclo menstrual en una app. Su ansiedad la llevó a planificar su FPP (fecha probable de parto) sin estar aún embarazada y hacerse un test sin tener retraso en su periodo, nueve meses después y con 23 años llegaría su primera hija. Con el inicio de la cuarentena lograba el positivo por segunda vez y su familia ya empezaba a soñarse por cuatro. Hoy sostiene a su beba y afirma que, de darse las condiciones, se sentiría satisfecha teniendo un hijo más. «Maternar es la tarea más difícil, demandante y complicada que me tocó en la vida», explica, y agrega «pero la elijo, cada día nuevamente».

Mientras habla, Noelia pareciera dar la impresión de ser el libro fundacional de la maternidad. Lo que tuvo a su alcance lo tomó y absorbió: educación sexual, planificación, alimentación complementaria, filosofía Montessori y todo lo que despertaba su curiosidad. «Un tobogán de emociones» es otra de las definiciones que cree encaja bien con esta ocupación de tiempo completo. Frustración y enojo aparecen a menudo cuando las tareas la sobrepasan, cuando mente y cuerpo trabajan al límite y las horas de descanso no alcanzan para renovar las reservas. De cualquier manera, la vivencia y el recuerdo del momento en que su cuerpo expulsó a sus bebés es algo a lo que todavía no encuentra palabras para definir.  «Pero ahí recién empieza todo» categoriza. El puerperio, el regreso al trabajo, mantener la lactancia de manera exclusiva, el desapego, las caídas emocionales, la dependencia económica, la culpa, son algunas de las batallas a las que se enfrentan las mujeres en el relato de Noelia.

El home office es algo que a ella le funciona muy bien y puede abocarse tanto a su labor de empleada como a su emprendimiento personal. «Me sirve, me apasiona y es mi deseo poder progresar en mi proyecto y ya no depender económicamente del otro trabajo. Ahí estará mi equilibrio: trabajar desde casa y maternar».

 

Maternidad dividida

Las hijas de Natalia S. (41) llegaron a su vida en momentos completamente diferentes. La primera llegó a sus 27, la segunda a los 36. Ninguno de sus embarazos fue planificado ni buscado aunque el primero fue deseado. Ninguno de los padres recibió bien la noticia y tampoco los abuelos. Las reacciones fueron idénticas en ambos casos y los dos progenitores plantearon el aborto. Transitó las gestaciones en completa soledad.  «Mis maternidades están lejos de ser lo que soñé o imaginé para mí», relata crudamente. La familia monoparental que construyó y sostiene día a día le trae alegrías pero también grandes momentos de frustración. «Yo estoy sola para todo. Cuando tuve a mi primera hija puse todo de mí ahí, no me reservé nada porque no quería volver a ser mamá, mi deseo había sido cubierto. El segundo embarazo fue una bomba en mi vida. Aunque pasaron cinco años, cierro los ojos y aún me siento en post parto: esa sensación de desajuste, de constante desestabilidad emocional». Esta psicóloga especializada en cuidado perinatal recuerda sus partos y post partos como una vivencia espantosa. «Emocionalmente estaba partida. Lo que supone la experiencia más hermosa de la vida fue de lo más triste, sobre todo la última. En la habitación era casi la misma gente pero no la que yo hubiese necesitado. Me sentía muy sola y avergonzada».

A la más pequeña prácticamente no la pudo amamantar, su puerperio fue complicado y la conexión madre-hija no logró establecerse. Su hija mayor, que en ese entonces tenía nueve años, era la encargada de darle la mamadera mientras le cantaba dulcemente, cuenta con sus ojos intensamente grises cargados de emoción. «Esto es lo que soy. Esto es lo que pude dar. Probablemente con una pareja que acompañe todo hubiera sido más fácil, no lo puedo saber, pero no se dio».

No teme hablar abiertamente del aborto y asegura, «en ese momento estábamos lejos de una legislación que nos asegurara a las mujeres una intervención digna y segura, tuve pánico de que me pasara algo y dejar a mi hija mayor sola, por esos motivos no lo practiqué». Semanalmente acude a terapia de la misma manera que su hija adolescente, la más pequeña pronto comenzará su propio espacio de análisis. «Es por el bien de las tres, confío en que con ayuda profesional podremos ir armándonos cada una con lo nuestro».

 

 

 

Maternidad en duda

A María M. (37) la idea de ser madre no la seduce. Valora su independencia y capacidad de llevar su vida para donde sienta la necesidad y gusto. «Cuando veo a mis amigas corriendo atrás de los hijos, no pudiendo sentarse a comer un bocado en paz, viviendo exclusivamente para ellos, me doy cuenta que no quiero eso para mí», describe convencida esta empleada administrativa y estudiante de Contaduría. Mientras relata su historia va desmenuzando el árbol genealógico y habla de ella y sus hermanos, varios y de dos familias diferentes. Con algunos se lleva más del doble y hasta el triple de edad, también presenta en palabras al nuevo integrante de la familia: su primer sobrino, hijo de la hermana con quien sí compartió crianza. «Los chicos no me son ajenos, siempre estuve rodeada por ellos, mi sobrino es el amor de mi vida, pero aun así elijo esto: llegar a casa después de un día agotador, tomar una copa de vino y tirarme a descansar».

Desinhibida e histriónica, cuenta que la sociedad va hacia un lugar en el cual ella se siente más cómoda, «el almidón conmigo no va». Soltera, está probando la convivencia por primera vez con un hombre que sí tiene hijas y con las que se lleva fantástico. «La mitad del tiempo viven con nosotros, en ese periodo les cocino, atiendo, lavo, acompaño y un montón de cosas más. ¿Ves? No necesito ser madre para ocupar ese rol», y suelta una carcajada.

Admite que como madre sería muy buena pero a medida que pasa el tiempo se siente más convencida de no tener los propios. «No quiero resignar ni un poco de mi terreno, no quiero condicionamientos, horarios, postergar viajes, y sé que los hijos traen todo eso».

Cuando el paso del tiempo se cuela en la charla, María intentar esbozar una reflexión respecto a la proyección de familia. Duda, titubea, queda un minuto en silencio y finalmente responde, «con unos años menos diría que acá se cierra el tema porque estoy plenamente convencida pero hoy, con cierta madurez encima, sé que nada es seguro, ni siquiera una decisión», finaliza.

 

Maternidad en tiempo real

«Recuerdo la cantidad de consejos que recibí al quedar embarazada y ni bien tuve a mis hijos los olvidé a todos», cuenta Dana B. (48), directora de una revista literaria y lectora editorial. Su primer embarazo fue a los 23 años, no lo buscó pero tampoco se cuidó por lo tanto la cuenta dio positiva.  «Mi sueño en ese momento era que mi hija se criara junto a sus padres ya que los míos se separaron cuando yo tenía 4 años». Pero la realidad fue muy distinta: estaba casi siempre sola, su esposo trabajaba todo el día y el agotamiento era una variable constante.

Pasado un tiempo se separó y a los 32 llegó su hijo en un contexto completamente diferente y con la experiencia ganada que como madre ya traía. «Mi hija tenía 9 y fue maravillosa verla ayudarme con el hermano», relata dichosa. De sus palabras se desprende que ser mamá es un aprendizaje continuo, con momentos duros y otros plenos de felicidad. Para Dana la elección de cuidar a un hijo te acompaña para siempre, «cuando decides ejercer ese rol, cualquiera sea tu condición, biológica, adoptiva o del corazón, no lo dejas nunca más», enfatiza.

La demanda física y emocional es continua aunque va cediendo intensidad a medida que los chicos crecen. Se suplanta por otras intensidades, explica, pero en esos otros oleajes el cuerpo tal vez no se expone de la misma manera. Asegura que no hay vacaciones, feriados ni domingos, es una situación que te atraviesa y funda nuevas teorías todo el tiempo. Los errores están a la orden del día, sin ellos no habría maternidad real. «La experiencia es algo increíble, no hay forma de saber si lo estás haciendo bien o mal hasta que pasa. Lo bueno y bello de esto: apostar y volver a confiar», sonríe.

 

Hacia dónde vamos

Después de escuchar los relatos vivos, se implanta la certeza que la maternidad es siempre un tema espinoso, habiendo o no parido. Se debe tomar cierta distancia crítica para no asestar el golpe ante lo distinto, lo desconocido, y comprender que lo entrañable puede también ser complejo. La posibilidad de elegir ubicó a la mujer en un lugar más seguro, en un nuevo status existencial. En nuestra sociedad hoy, y en la mayoría de los casos, poner el cuerpo para que otro cuerpo nos habite ya no es una imposición parental, matrimonial ni social. Es una cuestión personal. Hay mujeres que lo eligen y otras que no.

Hay tantas maternidades como mujeres en el mundo. Ninguna se parece. Pero también existen diferentes maneras de maternar y pasar por este mundo con el impulso de haber amado a alguien más.

Como en la vida y la muerte, acá también los extremos se tocan y da la impresión que no hay gloria sin derrota. Sin embargo, en algo parecen coincidir todas ellas: traer un hijo al mundo es siempre una apuesta. Una pregunta al futuro.

 

Fuente: Expansión, datosmacro.com

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