Hablar sobre mi ropa está fuera de lugar
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Hablar sobre mi ropa está fuera de lugar

Por Maria Molina

 

“Hablar sobre mi ropa está fuera de lugar. Me visto como se me da la gana”, le respondió Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, a una alumna de la carrera de periodismo. Después siguió el llanto de la estudiante y las disculpas de la señora. ¿Qué provocó tanta indignación? La pregunta era sobre moda.

Específicamente sobre la vestimenta como vehículo de expresión de la evolución de una identidad política. OK, no estamos hablando de Andrea Sachs cuestionando sobre el cinturoncito azul cerúleo a Miranda Priestly, sino de una funcionaria que lucha por el derecho a la vivienda (y casualmente siempre usó remeras con inscripciones como: ¨no a los desalojos¨).

¿Por qué merece la pena capital debatir de moda en público, fuera de los foros histórica y obsoletamente feminizados? Según en qué ámbito, puede costarle la vida a quien se atreva a semejante infracción. Se corre el riesgo de incurrir en todo tipo de delitos: desde la de la frivolidad que supone discutir las apariencias a ser sospechosx de interrumpir la lucha feminista.

Sin embargo, la moda sigue siendo una conversación acuciante, y todavía pendiente, que amerita seguir manteniendo en público. Para empezar, esta industria es una de las mayores responsables de la crisis climática y, por otro lado, la conversación sobre otras pautas de consumo, diversidad e inclusión hace rato que son asuntos urgentes.

Además, lo que llevamos puesto expresa un poco de nuestra identidad. Le contamos a los demás algo sobre el lugar que nos gustaría ocupar en el mundo.

“Mi aspecto es lo más político que tengo”, dijo la escritora e historiadora Alana Portero, una de las voces más influyentes en la defensa de los derechos LGTBIQ+.

Por ahora, este es un diálogo que sostienen quienes tienen la osadía de vincularse en público a aspectos históricamente feminizados. Lxs que encuentran en la ropa, en la inspiración para vestir, en las ganas de hablar de ello, un canal de información sutil, inteligente e imprescindible. Pero sobre todo, un motivo de alegría. Y, en los tiempos que corren, la alegría puede ser considerada como material combustible para encender revoluciones.

 

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