Arte Contemporáneo
Por María Molina
Desde los post modernos años 90s en Argentina, no se veía una aproximación tan similar hacia el arte. La emergencia de una sensibilidad en medio del contexto de esa década sentó las bases de una trama que hoy despierta de cierto letargo. Esa buena costumbre que tenían los artistas de apropiarse del paisaje que les ofrecía la época hoy regresa en versión reloaded. Vuelven a confluir las creencias paganas, católicas y afro-descendientes; los modernismos centrales y periféricos; Oriente y Occidente; la vanguardia y las apropiaciones locales; el sistema artesanal y las artes eruditas; la cultura de élite y el consumo popular. Y todo ese relato se le ofrece otra vez a un público apetente, tanto detrás de un monitor como en persona, frente a la obra.
Después de que galerías y museos anunciaron: cerrado por pandemia, el arte contemporáneo despertó el interés no sólo de los coleccionistas tradicionales, sino también de un público joven, nuevo y muy interesado. Se puede decir que atravesó una pequeña ranura en forma de pausa, y en una realidad hostil como la de la pandemia, para brillar más que nunca. La escena cultural vuelve a preocuparse por pensarse a sí misma junto con su entorno social, por entender, traducir y difundir los impulsos y modalidades de las prácticas artísticas latinoamericanas. Se trata de saborear matices, historias y complejidades, también las sutilezas de las subjetividades teñidas por la dialéctica entre movimientos globales y las condiciones de esta parte del mundo.
Otro de los rasgos de este período es que las obras poseen características muy distintas. Si bien no hay un relato homogéneo que las unifique, se vinculan a través de la exploración casi arqueológica de nuevas técnicas. También están presentes la incorporación de elementos ancestrales regionales, así como la esfera de lo doméstico desmantelada a través de la ironía y de sus propios clichés. Es el caso de Galería Phuyu (pronunciado “Pu-iu”, significa nube en quechua), una plataforma activa de arte contemporáneo que llegó al país de la mano de su fundador, el fotógrafo peruano Cristias Rosas.
Este nuevo espacio de arte, por ahora online, que reúne las obras de 17 artistas en su mayoría sudamericanos de distintas disciplinas, manifiesta la diversidad de la creación.
Veronica Cerna – Retrato de un Hombre Invisible
Carolina-Cardich – serie Lianimot
Santiago Bustamante – Barrancoscuro
Es un viaje por tierra, cielo y mar. La artista fotógrafa y activista brasileña Julia Pontés nos invita a realizar un viaje aéreo sobre las comunidades afectadas por las prácticas mineras. Sus imágenes desde una gran altura hacen un recorrido visual por el estado de Minas Gerais y han sido reconocidas por el “Planetary health Alliance” de la Universidad de Harvard y por National Geographic. Verónica Cerna nos aproxima a los rostros jóvenes de la Amazonía peruana y María Fé Romero a contemplar la deconstrucción de los paisajes. Desde ese lugar que enfatiza lo local existe un atajo natural hacia las perspectivas distorsionadas de Ana Popescu y a deambular por la vigilia fotográfica de Cristias Rosas. “Phuyu no solo vende productos de arte, presenta también a los creadores como un todo, con su identidad y su obra en una alianza indivisible”.
Este reencuentro con el legado cultural en todas sus manifestaciones convoca a experimentar un encuentro íntimo con cada uno de los artistas. La voluntad de adquirir una obra hoy es un desenlace de esa aproximación. Es tiempo de volver a recorrer caminos internos cargados de metáforas, donde esta estética que diluye las fronteras no nos remite a un espacio físico en particular, sino al recorrido visual de otras latitudes. Ese en el que el observador puede reconocerse en cordilleras, selvas, rostros y urbanismo en una nueva travesía con destino tan impredecible como tentador.
La ley del deseo postergado a sumergirse en el mundo del arte surtió efecto. Cuando no quedó otra alternativa que adentrarse en las muestras inmersivas y las visitas guiadas virtuales se originó un antes y un después. Este suceso funcionó como la única manera de apreciar y hasta comprar obras. Esta pausa presencial despertó quizás a una nueva generación de art victims, mucho más tentados por consumir arte que un tiempo atrás.